Dionisio Carlos Ramón se llamaba mi viejo. La muerte se lo llevó en 1994, cuando él tenía 56 años y yo apenas 9. Su pasión era la misma pasión que tenía el escribano Andretta: Racing. Y tanto amaba a Racing como amaba al fútbol.
Mi viejo era de esos tipos que creen en que la gente es buena… que pelotudo. Como nunca pudo “vivir del fútbol”, en sus últimos años, se dedicó a la venta de gas envasado y, en sus ratos libres, formaba parte de la comisión directiva del “Club Social y Deportivo Huracán de Chacabuco”, institutución de la cual supo ser socio y de la que, actualmete, sólo queda su Sede Social. Era demasiado evidente, para todos aquellos que lo rodeaban, que la pasión de mi viejo no era la venta de gas envasado sino el fútbol. Ese debe haber sido el motivo por el cual mi viejo destinaba parte de los recursos de su negocio para hacer posible lo otro, el fútbol.
Cada día, una vez finalizado el reparto, la camioneta que se usaba para distribuir gas envasado se vaciaba de garrafas y se convertía en “transporte público”: a todos aquellos que jugaban en las inferiores del Club Huracán de Chacabuco y que no tenían cómo llegar a los entrenamientos, mi viejo los pasaba a buscar por la puerta de su casa. Incluso se iba hasta Cucha Cucha, un pueblito que queda a no mas de 5 o 6 km del centro de la ciudad, para que nadie se quedara sin jugar. El servicio era puerta a puerta, ida y vuelta, y transportaba a unos 6 o 7 chicos por entrenamiento. Un inconsciente. De más está aclarar que no sólo no cobraba un peso por el transporte sino que, para él, era un deber hacer eso. Si alguien quería jugar y no tenía como llegar, mi viejo lo iba a buscar.

Como no podía ser de otra manera, yo jugaba en las divisiones inferiores del club y solía acompañarlo en esos viajes por las afueras de la ciudad. Esquivando bosta de caballos y de vacas, entre infinidad de cardos y ortigas, la camioneta del reparto se colmaba de pequeños fubolistas y se descargaba de sueños a las puertas de la cancha, después de haber atravesado unas cuantas calles de tierra, al ritmo de la infinidad de pozos que habitaban esos caminos.
Yendo para el entrenamiento, la caja de la camioneta acondicionada para el transporte de garrafas y tubos de gas, era una fiesta. Viajábamos parados, agarrados de una de las barandas que estaban arriba de la cabina, mirando por encima de ésta hacia la lontananza, con el viento y el polvo en la cara, al compás que nos proponían las calles de tierra. Felices, todos felices de estar ahí haciendo eso. Peleando entre nosotros para ver quién ocupaba los lugares de privilegio.

A veces complotando con mi viejo para buscar primero a uno antes que a otro, así se garantizaba su lugar en la cima y evitaba el viaje imprevisible que proponían los saltos en la chapa sobre la cual había que sentarse. Otras veces, como buen hijo de pelotudo, le cedía mi lugar a alguno de los chicos y la “tristeza” pasaba a ser mía. Así, al menos, socializábamos la alegría. Momentánea, sí, pero alegría en fin.
La vuelta de los entrenamientos ya era otra cosa, muy diferente a la ida. Al regresar, todos estábamos cansados, con hambre. Volvíamos sentados en la caja del “Jeep”, callados, a oscuras, por esos mismos caminos que al atardecer nos desbordaban de energía, pero que a la noche nos sumergían en la introspección y en el silencio. Sólo se escuchaba el traqueteo del vehículo, surfeando entre los pozos, acompañado por el ruido de las chapas, como afinando esa estructura que a la mañana siguiente se iba a colmar de gas envasado y que se iba a vaciar nuevamente durante el día, para llenarse a la noche, otra vez, de pequeños futbolistas. Quizás, lo mejor que pasaba en el día para muchos de nosotros.
Sin embargo, en su afán colaborativo con la institución, mi viejo tomó decisiones. Algunas de ellas, especialmente las referidas a cuestiones sociales, muy buenas. Otras, más ligadas al plano económico, muy malas. Mi viejo confiaba; mi vieja desconfiaba.
Hubo una de esas decisiones económicas que resultó ser muy desafortunada. Desde una ciudad vecina, llegaba un nuevo director técnico para ¿salir campeón? No recuerdo si logró ganar el campeonato alguna vez. Lo que si recuerdo es que después de que mi viejo falleció, el DT dejó de pagar el alquiler de la casa en la cual mi papá había firmado como garante. Después de su muerte, por esa decisión tomada a partir de la confianza de los pelotudos (y en los pelotudos), la economía de mi familia se fue a pique… A quien más afectó eso, por supuesto, fue a mi vieja, que desconfiaba y que se tuvo que hacer cargo de un problema que nunca quiso y del cual no formaba parte.
Cuando lo pienso, recuerdo que había mucho cariño en aquellos que me hablaban de mi viejo. Mucho respeto por parte de quienes lo conocieron y que trataron con él. Tenía un montón de amigos, plata poca. Durante mi adolescencia, muchas personas me preguntaban con alegría: ¿vos sos el hijo de Carlitos?, ¡que tipazo tu viejo! Sí, bastante pelotudo también. A mí eso me preocupa un poco porque yo, al igual que él, soy bastante pelotudo. Pero bueno, “la sangre no es agua”, dicen algunos. Por eso también, como mi vieja, soy bastante desconfiado.

De todas formas, me alegra que mi viejo sea recordado por haber sido esa clase de pelotudo: un pelotudo solidario, un pelotudo con corazón, un pelotudo inclusivo, a quien le encantaba ver a los chicos felices y que hacía todo lo que estaba a su alcance para que eso fuera una realidad. Hubo un tiempo en el cual yo renegaba, por mi parte desconfiada, de ese pelotudo confiado que, sin intención de hacerlo y sólo por pelotudo, se fue dejando un tendal de quilombos tras su partida. A mí me dejó de regalo sus dos pasiones: Racing y el fútbol.
Se fue de un día para otro, de la noche a la mañana. Dejó un gran recuerdo en mí y en muchas personas, dejó una sonrisa en la cara de aquel que lo piensa, dejó palabras gratas en quienes mencionan su nombre: Dionisio Carlos Ramón Ceresole, un pelotudo.
El mejor recuerdo es el que deja en el corazón de quienes lo conocían y para vos el orgullo del reconocimiento de esa gente!!
Todo lo que decis muy cierto era su pasión yo vivía a la vuelta de la venta de gas gran trabajador don Carlos y huracan era para el su desvelo hacia cualquier cosa en esa época tenía cancha huracan fueron otros tiempos muchos jugadores pasaron x el club y lo que era el club durante la,semana que lindos tiempos y tu mamá la paciencia que tenia
La nejor persona,el mejor padre.Yo lo conocí tu relato es tal cual,Carlitos Ceresole el almacenero del barrio ,ojala hubiese mas pelotufos como el.
Liliana Galan
Hermosa historia, seguirán existiendo ese tipo de pelotudos? Que vos heredaste? Seria maravilloso!!
Si todo lo que contas es cierto, tu padre era cualquier cosa, menos un pelotudo. Era un grande. De los muchos que hacen falta en los clubes, las cooperadoras escolares, las sociedades de fomento. Te lo dice alguien que orgullosamente puede contar tuvo un padre que transformó nuestra casa en el campo en un gran aula porque la inundacion no dejaba llegar los chicos a la escuela. Confieso en ese momento no lo comprendía demasiado esos gestos solidarios como tantos otros que tenia. Era un gran tipo, como tu padre. Los pelotudos son los que no sirven a la sociedad.
Asi lo conocimos nosotros! Con la pasión y el amor por los chicos! Vino junto a CoquivHerrera a buscarnos para formar la subcomisión del futbol infantil . Y por supuesto que mi esposo le dio el si. Juntamos familias para formar Ess sin comisión . Y asi los chicos lograron tener cada uno un conjunto y botín. . Lo recordamos asi tan buenazo ! Leyendo me salió gratitud hacia El que Sii se le he dicho . Porque sin querer nos puso la bandera de Huracán. Acompañamos unos cuantos años a partir de 1985. Todos nos apoyaban! Fue un hermoso tiempo vivido! Susana Bonopera -Jorge Cieri
Era un tipazo!! Un grande!! Un apasionado del fútbol. Es tal cual lo cuentas. Sigue sus pasos…ojalá hubiese otros Carlitos. QEPD.
ALDO CRISCI
tu viejo NO fué un PELOTUDO, fue una gran persona como deberíamos ser TODOS, el problema son los terribles hdemilputas q se aprovecharon de un hombre bién intencionado, los q tienen q sentirse MAL son ellos NO vos…tate tranqui q seguro seguro y aunque NO lo veas la pagarán.-
DE NINGUNA MANERA FUE ESO,FUE TODO UN ENTUSIASTA Y CONFIABA PERO LO MÁS IMPORTANTE UN SEÑORASO
Marcelo, Marcelito para los q te conocimos de niño, tu padre fue una gran persona. Un honesto en época de deshonestidades. Un señor con todas las letras. Que bueno que pudiste ponerle palabras a tu amor hacia tu padre.