Este fin de semana, Franco Colapinto vuelve a subirse a un Fórmula 1 y lo hace nada menos que en el icónico circuito de Imola, con el equipo Alpine. Será en reemplazo del piloto australiano Jack Doohan, en lo que representa una nueva oportunidad para el joven argentino de seguir mostrándose en la máxima categoría del automovilismo mundial.
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A sus 21 años, Colapinto ya había hecho historia al convertirse en el primer piloto argentino en formar parte de una carrera oficial de F1 después de más de dos décadas. Y ahora, vuelve a representar al país con el talento y la humildad que lo caracterizan.
Desde que se conoció la noticia, los medios nacionales e internacionales volvieron a poner el foco en su trayectoria: desde sus inicios en el karting, su paso por categorías europeas, hasta su presente en la Fórmula 2, siempre vinculado a grandes estructuras como Williams y ahora Alpine.
Pero hay una historia que no se cuenta tanto y que lo une directamente con nuestra ciudad, Chacabuco. Una historia que comienza hace más de 12 años, cuando Franco daba sus primeros pasos en el karting y los motores que lo impulsaban eran preparados por un chacabuquense: Beto Lasala.

Este pequeño taller, dirigido por Beto y su hijo Nicolás, especializado en motores de karting desde hace más de dos décadas, tuvo un rol clave en esa etapa formativa.
Chacabuco en Red dialogó a fines de 2024 con Lasala: “Nosotros, al inicio de Franco, motorizábamos un equipo y él estaba en ese equipo. Nosotros le hacíamos los motores. Fue una casualidad que justo aparece en una foto donde sale tan clara la calcomanía nuestra. Estuvo dos años con nosotros, un año siendo campeón, otro subcampeón. Hace ya 10 años de eso, cuando él tenía entre 9 y 10 años”, cuenta con orgullo el preparador chacabuquense.

“Para nosotros fue una alegría, un orgullo que él haya llegado. Hace poco estuve charlando con su padre en una carrera, me contó los pormenores de lo que están viviendo allá. Verlo correr en Fórmula 1, imagínate, un piloto que corrió con nosotros… Es algo fuera de lo normal”, añadió emocionado.

Con humildad y trabajo, este taller chacabuquense —que en sus comienzos también reparaba motores de motos— ha logrado lo que pocos pueden decir: contribuir en el desarrollo de un piloto que hoy está compitiendo en la élite del automovilismo mundial.

“Nosotros a lo mejor lo sentimos un poco más porque estuvo con nosotros dos años, y bueno, es un cariño diferente, una manera diferente de verlo”, confiesa Lasala.
Mañana, Colapinto correrá en Imola y todo un país lo estará alentando. En Chacabuco, seguramente también lo hagan con un sentimiento especial: sabiendo que un pedacito de esta historia también la construyeron vecinos de nuestra ciudad.