Se pensó en todo, o en casi todo. Se analizó con el más mínimo detalle las experiencias de otras partes del mundo. Se observaron con obsesión las maneras frecuentes de contagios, las probabilidades de enfermarse en cada situación y en cada lugar. Supimos si un barbijo dejaba pasar las partículas de saliva o no (de desodorante en realidad), supimos la cantidad de segundos necesarios para el lavado de manos y muchas otras cosas más. Lo que claramente no se pensó con la intensidad de estos temas fue algo tan fundamental como el comportamiento humano. La complejidad de las acciones del hombre. La capacidad de acatar las reglas impuestas por alguien más.
Está a las claras que acorde pasaron los meses, la población, o la gran mayoría, se fue relajando en cuánto a los cuidados personales y colectivos, aún cuando el COVID está cada vez más cerca y cuando más daño comienza a provocar.
“No atemoricen a la población” se escuchó decir por varios lados, dando por sentado que ese temor era algo malo y sin percatarse que, muchas veces, ese temor es el único motor que logra hacer respetar las normas que la gran mayoría de los especialistas recomiendan para hacer frente a la pandemia. Necesitamos un miedo que nos haga actuar, no que nos paralice. Los encargados de brindar la información acerca de lo que la humanidad está atravesando, no pudieron lograr este equilibrio.
Nadie fue capaz de augurar que luego de un par de meses, y pese a las advertencias de presidentes, médicos, celebridades o quien fuera, las personas comenzarían a retomar sus rutinas, pese a quien le pese. Algunos con un claro instinto de supervivencia ya que los problemas económicos comenzaban a ser más perjudiciales que el coronavirus y otros por el simple hecho de sentirse un poco más normales. En definitiva, la nueva normalidad que no es otra cosa que tratar de hacer lo que hacíamos hasta donde nos permitan.
Además de profesionales de la salud, esta debiera haber sido una pandemia en la que sociólogos tomaran un rol protagónico y advirtieran a los encargados de dirigir el rumbo de los países que los seres humanos no podemos vivir aislados más que un corto lapso de tiempo.