Desde hace casi dos décadas, el músico chacabuquense Martín Bustingorri vive en Florianópolis, Brasil, donde toca en grupos de jazz, bossa nova y blues. Desde allí habló con Chacabuco en Red y contó su historia y cómo fueron sus inicios con la batería, el instrumento que ejecuta desde la adolescencia.
Para empezar cuenta que su acercamiento a la música lo tuvo por influencia de su hermano Guillermo, que si bien no tocaba ningún instrumento le gustaba mucho el rock y, además de tener muchos discos, veía recitales en videocasetes.
“Ahí ya me empezó a gustar la música”, dice, y agrega que comenzó a soñar con la posibilidad de tocar cuando sólo tenía 14 años y conoció a su amigo Hernán Chazarretta, que era un año mayor. “Un día, a través de otro amigo, caí en la casa de él, que ya tocaba algo de guitarra, y ese día me di cuenta que yo también podía tocar”, recuerda. Tras cartón, surgió la idea de formar una banda y Martín se puso en campaña para conseguir una batería.
“Primero compré una que era malísima, que no se podía ni tocar, hasta que cuando tenía 15 años mi viejo me hizo el aguante y me compró una mejor. Así arranqué, tocando de oído”, dice.
Así surgió una primera banda, llamada Cementerio en Llamas, en la que además de él y Chazarretta tocaban Alejandro Maccarini, que era de La Plata pero en ese entonces vivía en Chacabuco; Leo Toledo y el cantante Raúl Peralta. Luego vino el grupo Vértigo Infinito, en el que ya no estaban Toledo y Peralta y al que se incorporó Martín “Cuca” Espíndola.
De La Plata a Buenos Aires
Bustingorri finalizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Chacabuco en 1997. Al año siguiente se radicó en La Plata, donde ya estaba su amigo Chazarreta estudiando música. En su caso, comenzó a estudiar Artes Plásticas.
En la capital provincial continuaron con Vértigo Infinito. Después de estudiar Artes Plásticas, Martín se fue a Buenos Aires, donde continuó con esos estudios un tiempo más, hasta que decidió dedicarse de lleno a la música. Así, luego de tomar algunas lecciones con Chazarretta, que también se radicó en la Capital Federal, se anotó en la Escuela del Sindicato Argentino de Músicos (Sadem).

“Lo que había estudiado de teoría musical con Chaza me permitió entrar a tercer año de la Escuela, mientras que en batería arranqué de cero”, comenta. En el Sadem estuvo cinco años y, según cuenta, tuvo entre sus profesores a dos músicos “muy grosos”, uno de los cuales es Pepy Taveira, quien lo ayudó a introducirse en el mundo del jazz.
“Me empezó a gustar ese género y me fui metiendo en ensambles de jazz que había en ese tiempo dentro del Sadem. En esa etapa también había otro profesor muy groso, Pablo Bobrowicky, que ya murió. Así que empecé a tocar jazz y con unos amigos armamos un grupo, pero vi que en Buenos Aires era difícil ingresar a ese ambiente, porque no había muchos lugares y los lugares que había tenían músicos muy buenos y era difícil arrancar y poder vivir de eso”, afirma.
“Con el rock pasaba lo mismo”, relata, y recuerda que en ese momento con Chazarreta tenían otra banda, llamada Finlandia, pero se les hacía imposible tocar en un recital. “Los lugares te cobraban para tocar. Era un esquema en el que te decían ‘nosotros ponemos el sonido y todo, pero al final de la noche tiene que haber tanta guita’. Entonces, si con lo que pagaba de entrada la gente que entraba, tenías que terminar pagando para tocar”.
En ese tiempo también armaron con Chazarreta y Mauricio “Cocomiel” Frontera un trío llamado Los Hombres Lobo. El repertorio estaba integrado por temas de surf rock y de series de los años ‘60 y ‘70. Esa banda tocó varias veces en Chacabuco y Buenos Aires. Además, hicieron una temporada en Mar del Plata y otra en Pinamar.
“Después, con otros pibes que eran de la Escuela armamos un grupo de jazz y bossa nova y dos años seguidos nos fuimos a Puerto Madryn, Puerto Pirámides y esa zona. Íbamos en verano y nos quedábamos un mes y medio o dos. Eso fue en 2006 y 2007 y estuvo bueno, porque en Madryn nos valoraban más que en la costa bonaerense o en Buenos Aires”, relata.
A esa altura Bustingorri ya tenía claro que en Buenos Aires no iba a poder vivir de la música, y mucho menos si se dedicaba al jazz o al rock. En principio pensó en instalarse en Bariloche, pero desistió porque en esa ciudad pensaba que no iba a encontrar muchos músicos y profesores de los que pudiera seguir aprendiendo. De pronto, surgió la idea de irse a Brasil.
“La onda era venir a Florianópolis”
“¿Cómo fue? Primero me lo dijo una amiga que tocaba el bajo en una banda de jazz que teníamos en Buenos Aires que venía seguido a Brasil. Después de eso, otro amigo, el baterista Diego Gutiérrez, de Chacabuco, me contó que había estado un tiempo en Brasil, en Bahía, y al volverse a la Argentina pasó por Florianópolis. Y me dijo que cuando pasó por acá se dio cuenta que en lugar de Bahía tendría que haberse instalado en Florianópolis. También me contó que él acá tenía un conocido que era baterista y tocaba todo el tiempo con cuatro o cinco grupos diferentes y siempre tenía trabajo. Ahí me dije que por ahí la onda era venir a Brasil y a Florianópolis. En ese momento yo estaba en pareja con una chica, Anahí, y juntamos plata y nos vinimos”.

“Cuando llegué y empecé a ir a recitales y a conocer músicos vi que realmente trabajaban bien. Así que me quedé acá y nunca me arrepentí porque en Florianópolis encontré lo que quería, aparte de que es un lugar lindo que tiene la mezcla de ciudad con naturaleza, que son dos cosas que me gustan, porque Buenos Aires me parece mucho cemento y en Chacabuco o el interior no pasan muchas cosas con la música. Y acá hay un poco de todo lo que yo quería”.
Ya instalado en Brasil, pasó más de un año y medio hasta que pudo tener una “agenda de shows” e incorporarse al ambiente musical de la ciudad.
“Al principio iba en los bares, me presentaba como baterista y a veces me dejaban tocar y de vez en cuando me llamaban para hacer alguna cosa. En esa época toqué reggae, música brasilera y estilos que no conocía muy bien. Después, al tercer año que estaba acá empecé a tocar con un guitarrista de blues muy bueno, que se llama Cristiano Ferreira. A partir de ahí comencé a tener más trabajo y me especialicé en el blues. Desde ese momento, el 80 por ciento de los shows en los que toco son de blues, soul y rhythm and blues. Después también hago algo de jazz y cosas brasileras, pero hoy todos me conocen y me relacionan con el blues”, expresa.
Así siguió, con mucho trabajo, hasta que llegó la pandemia y se cerró todo. Ese tiempo, dice, lo dedicó a estudiar mezcla de música.
“Me compré una computadora buena, una controladora de midi y empecé a hacer música instrumental solo y a mezclar, y empecé a ver videos para aprender. Eso estuvo bueno y pude aprender algo que me encantó, porque mezclar me gusta mucho”, señala.
La banda con la que más trabajó Bustingorri en estos años se llama TBZ Blues. Su experiencia con ese grupo se extendió una década, durante la cual, además de tener muchas actuaciones, editaron un disco. Una vez disuelta la banda, con el guitarrista incorporaron a un bajista y formaron un trío que se llama Papa Swamp, el cual ya tiene dos años de vida y que ya editó tres singles y próximamente lanzará un long play.

“Hago dos o tres shows por semana”
“Hacemos todo lo que es música negra de Estados Unidos. A mí también me gusta mucho el hip hop, pero en esta banda no lo hacemos mucho”, dice respecto al repertorio de Papa Swamp. La banda, sigue, se presenta seguido en Florianópolis, donde “hay mucha movida artística”, así como en ciudades cercanas.
“Más o menos hago dos o tres shows por semana, si no es con Papa Swamp es con otro grupo. Por suerte tengo bastante trabajo”, afirma, y agrega que, además, da clases de batería en forma particular y en una escuela de música.
Además de seguir con Papa Swamp, Bustingorri comenzó recientemente a trabajar en otro proyecto, en este caso con Pato Gallini, un músico argentino que tocó durante años en la banda Riddim, de reggae roots, que desde comienzos de año vive en Florianópolis.
“Con él y el bajista de Papa Swamp formamos una banda instrumental con influencias de hip hop y jazz. Es un proyecto que me gusta porque son todos temas nuestros y ahí puedo meter diferentes cosas y ritmos”.
“Se da una mezcla de culturas”
La ciudad de Florianópolis -que se encuentra a unos 1.800 kilómetros de Chacabuco- tiene más de 500.000 habitantes, a los que se suman los turistas, que llegan durante todo el año, especialmente en los meses de verano. Bustingorri cuenta que una particularidad que tiene la ciudad es que la mayoría de sus habitantes no son nacidos allí. El resto son familias llegadas de otros lugares de Brasil, así como latinoamericanos, entre ellos muchos argentinos, y europeos.
“Eso está bueno, porque se da una mezcla de culturas”, dice, y recalca: “Está bueno vivir acá. Aparte, en cuanto al clima el invierno no es tan duro y en verano no hace tanto calor como los que hay en Chacabuco o en Buenos Aires. Por ahí hay una ola de calor de una semana, pero a lo mejor por ser una isla el calor no es tan extremo”.
Lo que sí tiene esa ciudad son precios más caros que otros lugares de Brasil, especialmente en lo que se refiere a lo inmobiliario. “Hay mucha gente de otras ciudades de Brasil que vienen para acá. Entonces, está muy caro comprar una casa o un terreno”, expresa.
Ya estando en Florianópolis, Martín y su pareja de ese entonces tuvieron un hijo, que se llama Juan y hoy tiene 15 años. “Después la madre de él y yo nos separamos, pero seguimos viviendo en el mismo barrio, así que fue tranquilo criarlo. Juan también hace música y es skatista. Anda muy bien en el skate, es grosso”, cuenta Bustingorri antes de despedirse y recordar que hace más de una década también viven allí su hermano Guillermo con su familia, a la vez que comenta que una vez por año viaja a la Argentina y pasa por Chacabuco.