Al cumplirse este sábado los 43 años de la rendición argentina en la Guerra de Malvinas, el excombatiente Norberto Santos consideró que, pese al tiempo transcurrido, los soldados que participaron en el conflicto bélico no recibieron el reconocimiento merecido. Por el contrario, al menos para él, fue más difícil lo que vivió en los años posteriores a la guerra que lo que padeció durante su estancia en las islas. Y lo dice alguien que, a causa de una bomba, sufrió múltiples heridas, incluida la pérdida de un brazo. Y que entre 1982 y la actualidad fue sometido a 64 cirugías y aún convive con 37 esquirlas esparcidas en distintas partes de su cuerpo.
Norberto nació en La Plata en 1962 y reside en esa ciudad, y es un asiduo visitante a Chacabuco, donde vive su compañero Mario Feroldi, con quien en 1981 realizó el servicio militar en el Regimiento de Infantería 7. Según contó a Chacabuco en Red, cuando en aquel momento recibió la baja, siete meses después de haberse incorporado, creyó que podría continuar cursando la carrera de martillero público.
Sin embargo, cuando el 2 de abril de 1982 la Argentina recuperó transitoriamente las Malvinas, su vida cambiaría para siempre. Todo empezó en el momento en que, pocos días después de esa fecha, un patrullero se acercó a su casa.
“Yo estaba jugando al fútbol en la esquina y los policías me dijeron ‘negro, tenemos un citatorio y te tenemos que llevar de nuevo al Regimiento’. Les pedí tiempo para ducharme y cambiarme, les dejé una nota a mis viejos y me trasladaron”, contó.
Su llegada a las islas fue el 14 de abril y con los efectivos de la compañía que integraba se apostaron “arriba de los galpones de Royal Marine”, a unos 17 kilómetros de Puerto Argentino y a 2 de Monte Longdon, que fue el lugar en el que luego se libraría el combate final y más encarnizado de la guerra.
Desde el 1 de mayo quienes estaban en esas posiciones fueron bombardeados en forma casi permanente, pero el combate de Monte Longdon comenzó cerca de las 8 de la noche del 11 de junio, cuando un soldado inglés pisó una mina.
Dentro de la compañía, Santos era computador de tiro de morteros de 120 mm y esa noche comenzaron a tirar sobre el monte. “Mi función era manejar un telémetro, que es un instrumento que mide la distancia. O sea, después del primer bombazo un apostador avanzado me iba diciendo si tenía que apuntar más arriba, más abajo, a la derecha o a la izquierda. Entonces, con el telémetro medía la distancia y si había que tirar más arriba le ponía más carga al proyectil”.

“Tengo más cirugías que años”
El combate se extendió hasta pasado el mediodía de la jornada siguiente. Un rato antes, a las 10.45, Norberto fue herido por las esquirlas de una bomba. Este es su relato de las lesiones que sufrió.
“Tuve pérdida de brazo izquierdo, esquirlas que me entraron por la parte del estómago, los intestinos y la cabeza del fémur y otras múltiples heridas, porque cuando las bombas caen se forman esquirlas que te agujerean todo el cuerpo. Hoy en día todavía tengo 37 esquirlas y llevo 64 cirugías, o sea, tengo más cirugías que años. Cada vez que me han intervenido me han sacado esquirlas, algunas son grandes y otras como cabeza de alfiler, que por ahí son las más comprometedoras para sacar, porque la operación es muy grande para sacar algo tan chiquito, pero hay que hacerlo porque generan infecciones y malestares”.
Volviendo a lo que fueron los instantes posteriores a sufrir las heridas, Santos recordó que cuando quiso incorporarse apoyó los brazos y se dio cuenta que uno no le respondía y “había quedado colgando de la campera”.
“Cuando trato de pararme, la cabeza del fémur se sale de la pierna y el estómago estaba totalmente abierto. Así que me quedé quieto esperando que alguien me viniera a buscar, como pasó”.
Así fue cómo en primera instancia fue trasladado hasta los galpones de Royal Marine y desde allí lo cargaron en un Jeep para llevarlo al hospital de campaña en Puerto Argentino.
“Ahí fue cuando sentí el primer dolor, porque hasta ese momento no me dolía nada. Lo que sí observaba es que dentro de mi cabeza habían quedado grabados tres colores: el negro por la tierra, el rojo por mi sangre y el blanco por el humo de la bomba. Así que estaba prácticamente anestesiado. El destino quiso que no sintiera absolutamente nada, hasta que cuando me acostaron en el Jeep sentí un dolor en la espalda. Que te arranquen un brazo tiene que ser doloroso, pero yo no sentí nada”.

“Iba a ser más caro curarme que dejarme en la morgue”
En el hospital de campaña le hicieron las primeras curaciones y ese mismo día 12 fue trasladado al Hospital Regional de Comodoro Rivadavia. Allí ocurrió un suceso en el que la intervención de una enfermera evitó que lo dejen morir. Así se refirió a esto:
“De eso no me acuerdo porque mi estado no lo permitía, pero cuando años después volví a Comodoro me encontré con la enfermera Elsa Lofrano, que me contó que en un momento ella sintió ruidos en la morgue, donde me habían puesto, y le dijo a un capitán médico que por favor abriera porque alguien había. El médico le dijo que no, porque iba a ser más caro curarme que dejarme ahí. Cuando este hombre se retira, ella le pide la llave al encargado de la morgue, y como no se la quería dar le mete la mano en el bolsillo, se la saca, vuelve con dos enfermeras y empiezan a revisar. Aparentemente en ese momento hice algún gemido o algo, entonces me levantan y me llevan a terapia intensiva. Este relato de la enfermera coincide, porque cuando volví a Comodoro traté de conseguir mi historia clínica, que no lo logré, pero sí conseguí la ficha de internación, que tiene como fecha de ingreso el día 13, cuando yo había llegado el 12 a la tarde. O sea que hay un día de mi vida en el que no estoy en ningún lado”.
“Viviría de nuevo la guerra, pero la posguerra no”
Desde ese 12 de abril, Santos estuvo dos años internado sumando el tiempo que pasó en el Hospital de Comodoro, el de Campo de Mayo y el Hospital Militar Central. Los últimos tiempos, recordó, los pasaba internado de domingos a viernes y entre las tantas cosas que debían tratarle estaban los efectos de haber sufrido un pie de trinchera, o sea, un congelamiento que le impedía caminar con normalidad.
Luego comenzó una etapa que para él fue aún más difícil:
“Si hoy me preguntás si viviría de nuevo la guerra con las cosas que me pasaron, te digo que sí, pero la posguerra no, porque fue muy duro. Fue algo muy difícil, porque con mis compañeros entramos por la puerta de atrás del país. No nos esperaron, nada. Éramos los locos de la guerra y estábamos discriminados. Fue algo muy duro”.

Antes de recibir la baja, contó, muchos de los conscriptos debían firmar un papel en el que se les advertía que si estando fuera de servicio hablaban de la guerra, sus familiares podrían sufrir las consecuencias.
Tras ser dado de alta, Norberto regresó a la casa de sus padres, hasta que decidió irse a vivir solo, pero se le presentaba el problema no sólo de sus limitaciones físicas, sino también de la falta de plata. Así que decidió salir a buscar trabajo, lo cual le permitió vivir en carne propia la discriminación que sufrían los excombatientes.
“Le dije que había tenido un accidente de moto”
“Había visto en el diario El Día que la Municipalidad de La Plata necesitaba gente para trabajar. Así que me presenté en Sanidad del municipio y cuando me preguntan qué me había pasado les conté que había estado en Malvinas. Después de escucharme, un médico me dio una palmada en la espalda y me dijo que me iban a llamar. Como a los dos meses, me empiezo a juntar con otros excombatientes y uno me dice ‘no te van a llamar’. Entonces, me planteé el desafío de presentarme en Sanidad cuando ese médico no estuviera. Así que me presenté estando otro médico, que me dice ‘negro, ¿qué te pasó?’. Le dije que había tenido un accidente de moto. Entonces el médico dice ‘quedate tranquilo que empezás a trabajar mañana porque hay un cupo para discapacitados’. Eso me hizo muy mal, porque era discapacitado de un accidente de moto, pero no de la guerra. Es algo que mentalmente te destroza. Así que al otro día estaba trabajando en la Municipalidad y la noche anterior tuve que inventarme una historia de un accidente de moto, porque tenía miedo que si volvía a decir que era excombatiente me echaran. Y estuve en la Municipalidad 25 años”.
“Con el tiempo la situación se blanqueó, porque éramos ocho excombatientes que trabajábamos en la Municipalidad, pero muchos otros empleados se apartaron de nosotros por miedo a que tuviéramos alguna reacción. Lo mismo pasaba en los boliches y en las reuniones. Vos te dabas cuenta cómo todos murmuraban y decían ‘guarda que ese es excombatiente’. Lo que pasa es que la gente le tiene miedo a lo que no conoce. Por ahí se pensaban que podíamos estar locos”.
En 1984 Santos participó de las primeras reuniones para la constitución del Centro de ExCombatientes Islas Malvinas de La Plata (Cecim). Los primeros encuentros se hacían en domicilios particulares, hasta que la Municipalidad les cedió una casa. Entre los integrantes del grupo fundador también estuvo el chacabuquense Feroldi.
“Formamos el Centro para reclamar distintas cosas, porque uno de los problemas que tuvimos fue que hasta el año 1991 no percibimos ningún tipo de pensión y lo más grave es que no teníamos mutual. En mi caso, lo grave es que cuando me iba a atender a un hospital porque tenía alguna dolencia o una inflamación, cuando les decía que tenía esquirlas pensaban que era un chorro y me habían tiroteado, no creían lo de Malvinas”.
“El pueblo sigue en deuda con muchos veteranos”
Norberto cree que en la actualidad hubo un cambio de actitud de parte de la sociedad hacia los excombatientes, lo cual adjudica en buena medida a la labor de difusión de los propios veteranos, así como de sus hijos.

“Mis hijos tienen grabado un tatuaje de Malvinas y en los autos tienen las islas pegadas con calcos. Así que se ha generado una apertura, dentro de la cual también ayudó que nosotros empezamos a hablar en los colegios, lo cual antes no hacíamos. Tampoco nos llamaban”, afirmó Santos, que es padre de seis hijos, de los cuales cinco son varones y la sexta es una nena de 4 años que se llama Malvina.
Norberto contó que después de la guerra sufría mucho en las fiestas de fin de año, al escuchar los sonidos de la pirotecnia. “Otra cosa que me quedó, y que no puedo evitar, es que me afeito con la luz apagada. Si prendo la luz, me corto. Eso es porque allá nos afeitábamos sin tener luz, y me quedó esa manía”, dijo.
Finalmente, dejó una reflexión.
“Creo que el pueblo todavía sigue en deuda con muchos veteranos. No hay que olvidarse que, sobre todo en los primeros tiempos, hubo muchos suicidios. Después hay quienes seguimos con problemas físicos. Pero hay que entender que el pueblo argentino es muy raro. A mí, por ejemplo, me dolió cuando Hebe de Bonafini dijo ‘ojalá que de Malvinas no hubiera vuelto ninguno’. Después se rectificó y trató de aclarar que hablaba solamente de los militares, pero yo creo que le salió del alma, porque siempre fuimos involucrados con militares, cuando no tenemos nada que ver. Entonces, creo que todavía falta un reconocimiento, que es lo que nosotros llamamos una caricia al alma, porque no queremos nada del otro mundo. Siempre digo que vamos a ser reconocidos el día que ningún excombatiente esté vivo. Hoy estamos con vida para que nos pregunten, pero la mayoría no se acerca. Todavía no siguen viendo con ese miedo o recelo que sentían en la primera época, como esperando una reacción que no va a existir nunca”.
Un país terriblemente ingrato…