CAPITULO 5

Saudade

Quinta entrega de una serie de escritos de una joven vecina de Chacabuco que sufrió un ACV. Cada domingo podés leer los capítulos que escribió desde la clínica de rehabilitación en Chacabuco en Red.

El 19 de diciembre de 2024 nos trasladaron a una clínica de neurorehabilitación. También sufrí allí. Aún sigo en este lugar, y cada día empiezo a extrañar más mi casa, a mis mascotas, las risas compartidas con mis hermanos… y, aunque suene increíble, también a todas las personas del hospital. Todos creen que este lugar es lo mejor para mí, pero nadie imagina lo que mis ojos ven ni lo que mi mente graba.

Agradezco con el alma que papá y mamá hayan viajado conmigo a la capital. Nunca me dejaron sola. No sé cómo hacen para sostener los gastos ni de dónde sacan fuerzas para levantarse temprano todos los días y atender cada una de mis necesidades. Pero están. Siempre están. Todo el día. Solo por la noche se retiran a descansar, después de darme la cena, ahora que puedo tragar líquidos con jeringa y comer alimentos blandos. Fue una gran noticia: ya retiraron todo lo artificial de mi cuerpo. En Chacabuco habían quitado la traqueostomía, y ahora solo queda sanar lo físico, que es lo más complejo.

Siento todo… pero no puedo hacer nada por voluntad propia.

Hoy no paro de reír, cuando hace meses no podía ni sonreír. Los músculos de mi cara parecían haber quedado congelados. No sé contener nada. No sé hacer fuerza. Algo tan simple como sorber agua con una bombilla se vuelve imposible. Los bostezos, los suspiros, los eructos… todo es involuntario. Ni siquiera sé cómo sonarme la nariz. Lo nuevo, y motivo de alegría, es que ahora puedo morder mis labios y estoy aprendiendo a mover un brazo.

Aprendí a comer de nuevo. Recuerdo cómo tragaba con desesperación. Estuve seis meses sin probar bocado, y eso me hizo extrañar el sabor de la comida. Hoy me alimento con todo lo que me dan y, aunque parezca insignificante, eso me hace feliz. Es inevitable recordar cómo antes vivía obsesionada con estar perfecta, cumpliendo regímenes estrictos en los que apenas comía. Hoy ya no quiero gustarle a todos ni lucir bonita. Hoy solo deseo disfrutar de lo simple, de lo que me trae un poco de alegría.

Aquí los enfermeros rotan cada mes. En las noches, cuando mis papás no están, es cuando más lloro. Siempre ocurre algo. Una de las peores noches fue cuando me pedían insistentemente que girara para ayudarme a bañar. Lloré sin consuelo porque no podía hacerles entender que no podía mover mi cuerpo. Fueron dos noches seguidas de angustia.

Este lugar está lleno de personas mayores. Son pocos los jóvenes que, como yo, buscan una segunda oportunidad de vida. Siempre fui la paciente más joven en todos los lugares en los que estuve. La mayoría de los ancianos aquí fueron abandonados por sus familias, creyendo que estarán bien cuidados. Pero yo veo el abandono con mis propios ojos. Mi compañera de cuarto es una abuela que se deteriora lentamente, sin la atención que merece. Los enfermeros no dan abasto.

Aun así, todos los días asisto con entusiasmo al gimnasio, donde tengo el primer turno a las ocho de la mañana para todas mis terapias. Los terapeutas y kinesiólogos me devolvieron la esperanza. Son el tipo de personas que quiero tener cerca: desprenden una humanidad y una confianza que jamás sentí antes. Logré hacer de este sitio un hogar, al igual que en el hospital de Chacabuco. Entrar al gimnasio es entrar en otro mundo. Y debo admitir que también voy a extrañar este lugar. Aquí, pese a todo, sané mi corazón roto y volvió a volar el hada que durante tanto tiempo dormía en un rincón del suelo.

Mamá y papá siempre nos enseñaron a encontrar lo bueno en medio de lo malo. En cada lugar donde estuve, aunque lloramos de dolor, aunque sufrimos con la angustia, siempre buscamos algo por lo cual agradecer.

Una de mis personas favoritas se llama Sophie. Es mi terapista. Fue quien me impulsó a volver a escribir, como tanto me gustaba. Gracias a ella también regresó mi pasión por la lectura. Devoro los libros en pocos días. En las fiestas, lo único que pude hacer fue leer. Estuvimos lejos de casa, sin poder celebrar como antes, sin la mesa llena, sin brindar como en los viejos tiempos. Pasé Navidad con papá, que se quedó esos días conmigo en la clínica. Me prometió que pronto íbamos a celebrar todos juntos, en casa. Lloré demasiado. Extrañé a mis hermanos como nunca antes. Sentí miedo… miedo de lo desconocido.

Mamá estuvo conmigo en Año Nuevo. Viajó desde Chacabuco con un atril que papá fabricó con sus propias manos para que yo pudiera leer. Parte de esta vida es aprender a adaptarse, y mis papás siempre encuentran la manera de que todo me resulte más fácil, más cómodo, más humano.

Recuperar la comunicación fue uno de los desafíos más grandes y dolorosos. Lloraba de angustia, de impotencia, por no poder expresar lo que sentía. Necesitaba recuperar un poco de esa independencia que había perdido. No poder hablar me limitaba más aún, y me frustraba depender siempre de mis papás para transmitir lo que pasaba dentro de mí.

Fue todo un proceso. Un aprendizaje para todos. Al principio, parpadeaba para decir “sí” o “no”. Luego, aprendí a hacerlo con movimientos de cabeza. En el hospital, escribíamos el abecedario en una pizarra mágica que el hermano de mamá llevó desde Santiago del Estero. Se llama Damián, y es el calco de Bruno. Tal vez por eso siento mucho mas cariño por él. Una especialista, llamada Lorena, nos enseñó un método con el abecedario dividido en cinco grupos. Alguien señalaba las letras hasta formar las palabras. Tengo dos cuadernos llenos de charlas, pensamientos, y ocurrencias.

Gracias a la fonoaudióloga, mejoré mucho. Hoy puedo escribir esto. Mis ganas de avanzar me llevaron a aprender a usar una aplicación que nadie más lograba manejar, por cuestiones de adaptación. Pasaba horas con papá, aprendiendo a usarla en su celular. Mamá no es amiga de la tecnología, pero aprendió lo básico, lo suficiente para entender. Franco compró la tablet que hoy uso. Desde entonces, no paré. Es la mejor herramienta para expresar mis necesidades y sentimientos. Yo misma encontré una aplicación que reproduce lo que escribo. Mi curiosidad y mis ganas de adaptarme me empujaron a investigar.

Por supuesto, no fue fácil. Pero lo logramos. Y sin ayuda, no habría sido posible. Es un camino que no puedo recorrer sola. Tengo la suerte inmensa de contar con toda mi familia. Mis abuelas, mis tíos… todos están lejos, pero nunca dejaron de luchar por mí. Y hoy no me siento capaz de rendirme, no después de todo el esfuerzo y la confianza que depositaron en mí.

Aún así, no puedo evitar sentir angustia por mí.

Hoy soy todo lo contrario a lo que fui.

Cada noche me sueño siendo esa chica inquieta, la que no dejaba de hablar, de reír, de hacer bromas. Pero la verdad… es que ella ya no volverá.

Hace unos años decidí tatuarme la palabra “Saudade”. Siempre la sentí tan mía, tan profunda.

Saudade no tiene una traducción exacta, pero habla de ese sentimiento que duele: anhelo, nostalgia, melancolía…

Es extrañar tiempos, recuerdos, personas que ya no volverán.

Mi Saudade fue por aquella familia que tengo lejos, a la que apenas pude ver crecer o envejecer.

Recuerdo que un año antes de enfermar, prometí regresar cada año. Esa promesa se rompió.

Mi Saudade fue por los momentos felices con mis hermanos, cuando éramos niños y aún no sabíamos que el destino, un día, nos iba a golpear con fuerza.

Mi Saudade fue porque Bruno se marchó lejos a trabajar, y su ausencia fue un vacío.

Escuchaba sus canciones favoritas solo para llorar su ausencia… para no olvidarlo.

Por una extraña gracia de la vida, también sentí Saudade por todas las personas del hospital de Chacabuco.

Y sé que sentiré lo mismo por cada persona de esta clínica.

Porque cuando me toque irme, también los voy a extrañar… como a todos los que dejaron huellas en mi vida.

Tuve un alma rota. Y aquí… aquí pude reparar lo que otros dañaron.

Aunque este lugar no es mi favorito, fueron estas personas las que curaron mi corazón.

Hoy puedo ver la vida desde otro lugar.

Pero mi Saudade más profunda… es por mí.

Por quien fui, por quien ya no volveré a ser.

Saudade por la chica bonita.

Por la prolija, la artística.

Por la que soñaba con enamorarse.

Por la que aún confiaba, incluso cuando ya la traicionaban por la espalda.

Por esa alma libre… que ahora está atrapada en su propio cuerpo.

Saudade por todo aquello que se fue y ya no volverá.

Por la persona que fuimos, por aquella alma que aún sonreía con ilusión en la vida.

Por aquel que se ha marchado y no volvimos a ver.

Por el amigo que nos sostuvo cuando nadie más lo hacía.

Por aquella comida que mamá o la abuela nos hacía. Saudade por todos nuestros buenos recuerdos.

*Los nombres que aparecen en el texto fueron cambiados por la autora para conservar la intimidad de los protagonistas

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