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Reflexión de un joven vecino tras la ausencia de sus abuelos

Escrito enviado a Chacabuco en Red por Brian.

Viendo a esa abuela con su nieta en el shopping, me hizo recordar a mis propios abuelos.
Tres que, lamentablemente, ya no están. Que en paz descansen.

Y no sé… fue como si esa imagen en el shopping me abriera una puerta a muchos recuerdos que tenía guardados, de cuando era chico.
No sé si a ustedes les pasa, pero hay momentos que no se olvidan.
No por lo grandes, sino por lo que te hacían sentir.

Yo, por ejemplo, todavía puedo imaginar el olor de la comida de una de mis abuelas.
O esa forma en la que te recibían, con una sonrisa y los brazos abiertos, como si cada visita fuera especial, aunque fueras todos los días.

Mis abuelos eran así.
Tenían esa manera simple, pero tan genuina, de hacerte sentir querido.
A veces bastaba con una charla, un postre, una golosina, una caminata… o simplemente que te escuchen.

Cuando murió mi primer abuelo, tenía unos 11 años, creo que estaba por cumplir 12.
La noticia fue horrible. Estaba jugando un juego con mi primo cuando mi tío llegó y dijo que el abuelo ya no estaba.
Me acuerdo que le pregunté: “¿Cómo que el abuelo no está?”.
Me dejó completamente desconcertado, aunque ya sabíamos que el abuelo andaba mal.

Mi abuelo tenía cáncer y ya estaba bastante delicado; no había forma de que viviera mucho más. Solo quedaba disfrutarlo.
Pero bueno, a esa edad uno no es muy consciente de muchas cosas.
Además, estábamos mucho tiempo en el hospital. Éramos chicos, con mis primos, y no entendíamos del todo lo que pasaba.

Lo loco es que en ese momento uno no se da cuenta de lo que está viviendo.
De chico pensás que va a ser así siempre, que ellos van a estar ahí toda la vida.
Hasta que un día ya no están… y es ahí cuando entendés que lo simple también era enorme.
Que esos momentos que parecían cotidianos, en realidad, estaban llenos de amor.

Yo a mi primer abuelo lo recuerdo con muchísimo cariño.
Me crié con ellos prácticamente, porque vivían al lado de mi casa, así que era algo cotidiano tenerlos cerca.
Los primeros meses sin él dolieron muchísimo.

A mi abuelo le encantaba el fútbol, era hincha de Boca, jaja.
Tenía un kiosco, trabajaba ahí con mi abuela, y siempre estaba sentado en una mesa, mirando algún partido.
Con una caja de vino tinto en la mano, porque le encantaba el vino.
También hacía unas comidas riquísimas: pickles caseros, ajíes en vinagre…
Imagínense, mi abuela y mi mamá me hicieron ajíes en vinagre, pero ninguno tuvo el sabor del abuelo.
Nunca más volví a comer ajíes así.

Supongo que, en parte, este abuelo me dolió tanto porque lo tenía cerca y, encima, fue el primero.
Era muy querido en la familia… se me ponen los ojos llorosos siempre que lo recuerdo, junto con mis otros dos abuelos.

Con el segundo abuelo ya sabía cómo venía todo. Era un poco más grande, unos 17 años aproximadamente. Él tenía una enfermedad respiratoria.
El dolor de perder a un abuelo ya lo conocía, pero uno cree estar preparado para eso.
No… por más que te prepares o lo pienses mucho, duele igual.

Este abuelo vivió muchos años en el campo, era un amor.
Siempre con esa sonrisa genuina que hoy veo en mi padre, como una réplica.
Me regalaba galletitas siempre; le encantaban las cosas dulces, comía muchos caramelos y le gustaba jugar.
De hecho, hay fotos de él subido a una hamaca con 77 años, jaja.
Cada vez que sonreía, se le achicaba el ojo derecho, como si lo cerrara.

Después llegó mi tercera abuela.
Con ella fue distinto; me quedé muy tranquilo.
Había salido de una operación al corazón y todo parecía bien.
Pero unos días después empezó a perder mucha sangre y murió desangrada.
Negligencia de los médicos, creo yo, que no se quisieron hacer cargo. A este punto, buscar culpables ya no tiene sentido.
Sufrí mucho también.

Mi abuela era muy buena, nos visitaba siempre que podía, nos traía algo para comer, nos hablaba.
Tengo el recuerdo de que una vez fuimos juntos a la iglesia, porque ella era muy religiosa; le gustaba todo lo que tuviera que ver con Dios.

Cuando murió, a los pocos días soñé que abría la puerta de mi casa y aparecía ella.
Muy tranquila, sonriente, con unos ojos llenos de amor mirándome.
Se acercó, me dijo que estaba bien y me abrazó fuerte.
Y recuerdo que ahí desperté.

Después de eso, me quedé muy tranquilo.
No sé si habrá algo más allá de la muerte, pero sentí que mi abuela me lo hizo saber.
Yo no creo en ese Dios, y de alguna manera me llegó su mensaje.
Sé que está mejor, y no la lloré más desde entonces, pero siempre la recuerdo con amor.

Por eso creo que me marcó tanto ver a esa abuela con su nieta.
Porque me recordó lo que ya no tengo, pero también lo que tuve la suerte de vivir.
Y me hizo pensar que, si pudiera volver atrás, no pediría nada grande.
No viajes, no regalos, no sorpresas.
Solo un almuerzo más, una charla más, una tarde cualquiera, una juntada…
Cualquier momento con ellos.

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