Quizás uno de los motivos que me llevó a sufrir un ACV fue el consumo constante de pastillas Migral. La medicina nunca las recomendó, y sin embargo, se venden libremente en cualquier farmacia, como si fueran caramelos, como si no tuvieran la capacidad de arruinar vidas. Todavía no entiendo cómo algo así puede estar al alcance de cualquiera.
Yo sufría migrañas. No simples dolores de cabeza, sino esas migrañas que se clavan en el cráneo como un cuchillo invisible. Esas que te paralizan, que te hacen llorar de impotencia, que no te dejan respirar en paz. Sé bien que muchas de ellas eran provocadas por el estrés. Y el estrés… ese enemigo silencioso y cotidiano, fue la raíz de mucho más que dolor físico. Fue un veneno que me fue enfermando el cuerpo y el alma, hasta cambiar mi vida para siempre.
Mi historia no comenzó con un accidente cerebrovascular. Comenzó mucho antes, con pensamientos oscuros, con noches interminables de angustia, con un amor tóxico que me arrastró hasta los límites más impensados. No soy despechada, tampoco resentida. No puedo perdonar, y cuando me pregunten, voy a contar mi experiencia. Esa relación me costó demasiado, y lo que hoy soy, en gran parte, son las cicatrices de ese pasado.
Contar lo que viví no me convierte en una mala persona. Al contrario: lo cuento para que nadie más pase por lo mismo, para advertirte que si estás en una relación así, te alejes. Que no tengas miedo, porque tu libertad y tu amor propio valen infinitamente más que cualquier promesa rota.
Recuerdo con claridad una de esas noches en que lloré tanto, con una rabia y una impotencia insoportables, que al día siguiente amanecí internada en el hospital. Los médicos dijeron que había sido por un exceso de estrés. Tenía los músculos tan rígidos y contracturados que me dolía incluso girar el cuello. Dijimos que era por exceso de trabajo, una excusa fácil… pero en el fondo, sabíamos que la verdadera causa era otra.
El dolor de cabeza era tan fuerte que nadie lo lograba comprender. En la desesperación, llegué a tomar dos o tres pastillas Migral al mismo tiempo, aun sabiendo que ningún neurólogo con experiencia lo recomendaba. Fue en una clínica de la capital donde un especialista me explicó que esas pastillas pueden llegar a disecar las arterias desde adentro hacia afuera… y que ese, quizá, había sido el detonante de mi ACV.
Nunca sabremos con certeza qué lo provocó. Ha pasado mucho tiempo, demasiados tratamientos, lágrimas, noches en vela. Lo único que tenemos es un rompecabezas de causas, dolor y malas decisiones.
Una tarde, una amiga me visitó y, entre lágrimas por su propia relación rota, dijo algo que todavía resuena en mí:
—¿Por qué dicen que no saben hasta dónde van a llegar, si se supone que uno entrega todo para construir un futuro con esa persona?—
Y tenía razón. Yo crecí con esa idea, la de entregar el alma entera a una sola persona, la de jurar lealtad y construir juntos un hogar. Pero, ¿hasta cuándo habrá personas que jueguen con los sentimientos de otros? ¿Hasta dónde son capaces de llegar? Porque, aunque lo nieguen, las palabras tienen poder. Y nosotras, para muchos de ellos, siempre seremos “las locas” o “las dramáticas”, solo porque reaccionamos ante la traición.
Lo cierto es que si no se está dispuesto a amar de verdad, es mejor estar solo. No destruir la confianza de alguien. No abrir heridas que, a veces, pueden llevarnos hasta la enfermedad, o incluso hasta la muerte.
Cuando yo estaba internada, mamá recibió un mensaje de él. En él aseguraba un amor eterno hacia mí, lleno de promesas que, días después, rompió al hacer oficial su noviazgo con otra mujer. A mi madre le había dicho que no estaba seguro de llegar a algo serio. Y aun así, intentó volver a verme varias veces, sabiendo que yo ya no quería saber nada.
Sé que si cedía, iba a destruir todo lo que con tanto esfuerzo reconstruí. Cada vez que insistía, yo recordaba aquellas noches en las que le suplicaba que respetara mis palabras, que valorara lo que sentía. Pero para él, la mujer solo tenía un lugar: atender el hogar y soportar humillaciones que para su círculo eran simples bromas.
En su familia, las mujeres éramos siempre las culpables. Las infieles, las fáciles. Y los hombres, libres para engañar, para maltratar, para despreciar. Las burlas hacia otros, incluso hacia quienes se animaban a amar distinto, eran parte del entretenimiento en la mesa. Yo tragaba en silencio, con el estómago cerrado, huyendo a llorar a escondidas en los brazos de mi madre.
Con el tiempo comprendí que lo que sostenía esas relaciones no era el amor, sino el silencio. Callar golpes, callar infidelidades, callar la violencia que destroza poco a poco el alma.
Yo me dejé arrastrar a ese abismo porque quise creer que haría la diferencia. Y un día, con una excusa absurda, él mismo me empujó fuera. Ese día recogí mis pedazos rotos y me prometí no volver jamás.
No fue fácil. Me costó lágrimas, amargura, noches en vela. Pero cuando miras de cerca a la muerte, dejas de preocuparte por lo que antes te desgarraba. Solté. Y al soltar, me liberé.
Hoy soy capaz de verlo feliz y, aunque no lo perdone, deseo que algún día se enamore de verdad, para que no apague otros sueños como apagó los míos. Porque no, yo no lo perdonaré. No es egoísmo, no es rencor. Egoísta fue él al romper lo que nunca podría reparar.
Hoy elijo con cuidado a quienes me rodean. Aprendí que no todos merecen estar cerca, y que la paz se construye también apartando lo que nos hizo daño.
Las palabras de mi amiga siguen latiendo dentro de mí: no somos muñecos. Tenemos sentimientos, sueños, proyectos. Amamos, nos duele, nos deprime, nos enferma. Y a algunos, incluso, nos mata.
Con el tiempo uno vuelve a sonreír, aunque la lección haya sido cruel. Lo que antes te retorcía ya no duele. Sueltas ese pasado y tu ser respira otra vez. Nacen nuevos sueños, que nadie más podrá apagar. Pero antes de llegar ahí, tendrás que llorar, quebrarte mil veces, preguntarte por qué no fuiste suficiente, por qué soportaste lo insoportable.
No busco que me vean como víctima. Solo quiero que entiendan el daño que estas historias dejan atrás. Yo no fui perfecta, pero mi conciencia está tranquila porque nunca fallé. Fui fiel incluso sabiendo que me traicionaban.
Amé con el corazón entero, y me equivoqué. Pero en ese error aprendí a reconocer lo que me lastima y lo que no. Esto no es solo un relato para mujeres: también lo es para hombres que callan por miedo o por orgullo. Porque no somos objetos. Somos seres humanos, y duele que todavía haya quienes no lo comprendan.
Yo me enamoré rápido, y me quedé en ese amor por años. Cuando quise volar, enfermé. Pero la vida, con todo y sus golpes, me regaló otra mirada. Hoy sé quién soy, sé lo que valgo, y lo que antes me mataba, ahora me da fuerza.
*Los nombres que aparecen en el texto fueron cambiados por la autora para conservar la intimidad de los protagonistas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Seguime en Instagram como yessica_suarez16 o en facebook como Yessica Suarez💕