Hay un dicho generalizado que dice: “Los niños y los locos siempre dicen la verdad”. Podríamos agregar que la misma virtud tienen quienes nos alegran con su humor.
El artículo del pasado domingo 19 de Alejandro Borensztein, titulado “Sobre bustos no hay nada escrito”, además de divertirnos con el irónico humor con el que denuncia nuestras tragedias, nos ayuda a reflexionar.
Al leerlo, resulta fácil asociar la idea del gatopardismo.
Ahora que contamos con la inteligencia artificial, es más rápido asistirnos con el ChatGPT que con el diccionario. Si buscamos el origen de la palabra gatopardismo, muy asociada a la política, encontramos la siguiente definición: “El término “gatopardismo” proviene de la novela “El Gatopardo” (1958, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa) y se refiere a una estrategia política o social en la cual se promueven cambios aparentes para que todo permanezca esencialmente igual. Es un enfoque en el que las reformas se realizan de manera artificial, manteniendo intactas las estructuras de poder y las dinámicas fundamentales. La famosa frase que lo define es: Si queréis que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. En esencia, el gatopardismo describe el intento de preservar el statu quo mediante la simulación de cambios profundos.
A diario escuchamos que estamos viviendo un proceso político en el que pareciera que todo cambia. Sin embargo, algunos hechos nos llevan a sentir la sensación que esta película ya la vimos.
Quienes participamos política y socialmente podemos advertir y afirmar que la principal causa de nuestra decadencia radica en que, por acción u omisión, los argentinos hemos construido y seguimos sosteniendo un estado mafioso. La mafia existe en todo el mundo, lo sabemos. Pero en los países desarrollados que tienen bienestar, la mafia está afuera del sistema, es marginal. En nuestro país, en cambio, la tenemos en el corazón del sistema. No existe en el estado (sea nacional, provincial o municipal) lugar alguno que no tenga vínculo directo o indirecto con la corrupción. “Cómo arreglaste?” es una pregunta que generalmente escuchamos.
Si había un lugar donde la corrupción no podía existir, ese lugar era el de la asistencia social. Robarles la comida a los indigentes es un acto criminal. Como tal, parecía un hecho inimaginable. Por eso hoy, al escuchar las innumerables denuncias de corrupción con los comedores comunitarios, estamos azorados.
Ante tal circunstancia, queremos expresar algunas cosas que nos llaman mucho la atención: los principales denunciados mediáticamente son “piqueteros” de organizaciones identificadas con la izquierda política. Nada se dice (o sólo tangencialmente) del grueso de la estructura piquetara ligada al peronismo. Llamativo, no ?.
En dicho marco, el presidente Milei descubre el busto del ex presidente Menem y nos dice que fue el mejor presidente de los últimos 40 años, omitiendo inexplicablemente que se trata nada menos que de un ex presidente que fue condenado por haber “volado” un pueblo en su intento de tapar el que quizás haya sido el más grave de los muchísimos hechos de corrupción que caracterizaron a su gobierno. Llamativo también, no ?.
Simultáneamente vemos que se “ajusta” todo, incluso hasta la financiación de la educación y la salud públicas. Se “ajusta” todo, menos lo que desde hace muchos años escuchamos es la fuente espuria de financiamiento de la política: el régimen de promoción industrial en Tierra del Fuego y la explotación del juego.
Por si faltase algo, el presidente Milei, con la silenciosa complicidad de Cristina Fernández, propone como Juez de la Corte al muy cuestionado Juez LIJO, hombre eximio si los hay de la denominada “casta” vinculada a la corrupción. Una decisión no sólo llamativa, sino que nos induce a asociarla con un pacto de impunidad !!!
Ojalá no resulte un presagio la idea del gatopardismo a la que nos asocia el artículo de Borensztein.
Y que la sociedad tenga la lucidez necesaria para advertir que sólo emergeremos de esta decadencia si evitamos involucrarnos en esa nefasta grieta que provocan los corruptos en su propio beneficio y alimentan los “periodistas militantes” de uno y otro bando. Ojalá logremos asumir que sólo enarbolando la bandera de una DEMOCRACIA HONESTA, podremos encaminarnos definitivamente al bien común.