Un 26 de julio de 1952, moría María Eva Duarte de Perón. Había nacido en Los Toldos, General Viamonte, en 1919, hija natural de una época llena de prejuicios. Su niñez fue marcada por la extrema pobreza, abrumada de humillaciones e injurias, marcada por una triple esclavitud, ser argentina en un país sometido por el capital extranjero.
Como hoy, 2024, con el anarcocapitalismo y la ley bases de Milei, Duarte está volviendo a ese pasado ominoso. Ser mujer en un mundo machista y ser pobre en una sociedad gobernada por minorías económicamente poderosa.
Sabemos que hoy la banda presidencial es una fachada en quienes nos gobiernan. Ayer, como hoy, esta triple esclavitud, salvo en intervalos políticos sociales, cuando rigen los destinos del país, una política nacional y popular. Esta triple interpretación creo haberla escuchado en una charla hace muchos años al gran historiador viviente Norberto Galasso.
A los 15 años ya estaba peleando en Buenos Aires por un lugar en la radio y el teatro. Más tarde encarnaría en los intereses de la clase obrera injustamente golpeada por los explotadores de entonces, capitalismo salvaje, explotador del ser humano y la naturaleza.
Agitadora de masa, el 17 de octubre de 1945 fue después quien hizo concretar el voto femenino y los derechos cívicos de la mujer. Amada hasta el delirio por los humildes, odiada por los poderosos, su recuerdo permanece inalterable. Tras su alucinante trayectoria, la figura de Eva Perón fue cobrando dimensiones que la muestran eterna en la historia de la nación latinoamericana.
A partir de 1944, la vida de Evita se confunde con la de Perón. El 8 de octubre, cuando Perón cumple 50 años, un planteo cívico-militar gorila termina haciéndolo renunciar a todos sus cargos. Los hechos se precipitan y son más que conocidos. Perón está en la isla Martín García detenido, pero al final, por decisión del pueblo, se produjo aquella manifestación del 17 de octubre, iniciándose así el nacimiento del segundo gran movimiento de liberación nacional.
Pareciera que existieran dos Evita en una sola, una la que muestra pieles, joyas, poder, como una revancha de su vida llena de privaciones. La otra nace a su regreso de una gira por Europa, Evita del pueblo que va dejando su vida en largas y agotadoras jornadas al lado de los desprotegidos. Evita que reemplazó las pieles y el brillo de las joyas por un clásico vestido donde quedan adheridos los mocos de los chiquitos que abraza.
Evita que rompió en los salones, en las galas del Teatro Colón y la Embajada, en los reductos de las clases dominantes, no para transar negociados ni para aportar silencios cómplices, sino para afirmar allí la presencia popular.
Y en esa tarea dio su vida sin vacilación y sin descanso. La venganza de los poderosos fue tremenda, pletórica de odio. Es así que secuestran y profanan su cadáver, llevándolo con nombre falso al extranjero, precisamente Italia.
Nunca le perdonaron su rebeldía, su audacia frente a la injusticia y la indignidad. Se entregó entera a la causa de los desposeídos. El 26 de julio, Evita se dio al embate del cáncer. Sufrió mucho.
Su vida y su obra fue un breve instante de esplendor, pero cuánto iluminó y sigue iluminando a las generaciones presentes. Fue, es y será un faro para las generaciones presentes y por venir.