El papa Francisco declaró beato al catamarqueño Fray Mamerto Esquiú

El Vaticano le atribuyó la curación milagrosa de una niña que padecía osteomielitis. Su culto queda así oficialmente permitido en la Iglesia católica.

El papa Francisco decretó este viernes la beatificación del fraile catamarqueño Mamerto de la Ascensión Esquiú, quien formó parte de la Orden de los Frailes Menores y fue nombrado obispo de Córdoba en 1880.

El religioso, nacido el 11 de mayo de 1826 en San José de Piedra Blanca y fallecido el 10 de enero de 1883 en La Posta de El Suncho, fue caracterizado por el Vaticano como un “obispo con visión social”.

El decreto del Papa se da días después de que una junta de cardenales reconociera el milagro atribuido a la intercesión de Esquiú, que se refiere a la curación, científicamente inexplicable, de una niña que padecía osteomielitis.

El milagro había sido aprobado por la Comisión Teológica de la Congregación para la Causa de los Santos, el pasado 24 de abril de 2019.

Su declaración como beato permitirá el culto público eclesiástico de Esquiú, aunque limitándose a determinados lugares y familias religiosas, informaron fuentes del obispado de Catamarca.

Esquiú nació en Catamarca en 1836 y desde pequeño sufrió graves problemas de salud. A los cinco años, estando muy enfermo, vistió por primera vez un hábito franciscano: lo había confeccionado su madre quien prometió vestirlo siempre con él para que se curara.

Apenas cumplidos los 10 años, ya huérfano, ingresó al convento de San Francisco donde fue ordenado sacerdote el 18 de octubre de 1848. Entregó gran parte de su vida a la docencia; sólo quiso dedicarse a los demás y a vivir “desconocido e ignorado”.

Religiosos franciscanos contemporáneos de Esquiú lo definieron como “un apóstol en el ejercicio de la confesión e infatigable en la asistencia de los enfermos”. A fines de 1880 fue nombrado obispo de Córdoba, donde también daba misas en penales y hospitales y recibía en su casa a pobres y necesitados, entre quienes repartía su dinero.

Bergoglio

“Me gusta la soledad y una vida retirada; sin embargo, mientras tenga fuerzas me veréis siempre inquieto de una a otra parte, solícito del bien de todos”, escribió en su diario Esquiú.

Murió el 10 de enero de 1883 en la posta catamarqueña “El Suncho”, un lugar “humilde, solitario, privado de todo recurso” como había sido su propia vida, escribió un diario de la época al dar cuenta de su deceso.

A Esquiú se le atribuyen unos 300 hechos milagrosos, entre ellos la curación de un hombre que padecía una trombosis de retina irreversible, que habría sanado con sólo pronunciar su nombre.

Pero probablemente el episodio más famoso de su vida fue el sermón de la Constitución. El 9 de julio de 1853, en un clima de tensión entre quienes proponían un Estado laico y quienes deseaban uno confesional, el religioso pidió concordia y unión para los argentinos, alcanzando trascendencia nacional.

“Obedeced, señores; sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina”, declamó.

En 2008, el corazón de Fray Mamerto Esquiú desapareció de una urna ubicada en el Convento de San Francisco, de Catamarca. A las pocas horas fue detenido un joven que declaró ante la Justicia haber tirado la reliquia a un cesto público de la capital provincial. Ya había sido robado en 1990 pero fue recuperado al poco tiempo.

Junto con Esquiú, el papa Francisco aprobó las beatificaciones del sacerdote venezolano Gregorio Hernández y del alemán Francisco María de la Cruz.

También reconoció oficialmente el heroísmo de la religiosa mexicana Gloria María de Jesús Elizondo García y el martirio de la italiana Maria Laura Mainetti, asesinada en un sacrificio satánico.

FUENTE: INFOBAE

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