Entraba en la historia el arma más mortífera creada por el hombre hasta ese momento. Haciendo un poco de historia, recordamos que en 1938, Albert Einstein le escribió al presidente Roosevelt sobre la posibilidad de crear una bomba de fisión de un poder destructivo nunca igualado.
Un grupo de físicos formado por europeos que habían huido a los Estados Unidos a causa del nazismo y de norteamericanos ya trabajaban en el proyecto, pero fue a partir de la entrada en guerra de Estados Unidos después del ataque japonés a Pearl Harbor cuando se dio prioridad al desarrollo de la bomba.
Se puso en funcionamiento en Los Álamos, Nuevo México, un establecimiento súper secreto donde se trabajaba a ritmo acelerado. Al mismo tiempo que la idea se transformaba en realidad, crecía la alarma sobre las consecuencias de la bomba y el fantasma de la culpa acompañaba a muchos hombres de ciencia.
En abril de 1945, Einstein volvió a escribirle a Roosevelt advirtiéndole sobre los terribles alcances del arma, pero el presidente murió y la carta quedó abandonada. La primera bomba que costó dos mil millones de dólares se hizo explotar a 192 kilómetros al sur oeste de Alburquerque, Nuevo México.
El espantoso poder desatado terminó de convencer a muchos de que no debía ser usada y se propuso hacer una demostración militar para advertir e impresionar al enemigo. Sin embargo, pocos días después, el 6 de agosto, Hiroshima, la octava ciudad de Japón, fue arrasada sin previo aviso convirtiendo a sus 300.000 habitantes en las primeras víctimas de la era nuclear.
Memoria activa ante los prolegómenos de una tercera guerra mundial.