SOLICITADA

Bajo la lupa: autonomía crítica en riesgo e incremento del conformismo en la era de la tecnología digital

Publicación pedida de Huber Daniel Delauro.

Actualmente, la opinión pública es expresada mayoritariamente a través de la tecnología en redes, las que, si bien se erigen con importancia didáctica e informativa ante la población global (Instagram, Facebook, WhatsApp…), tienen sin embargo un lado oscuro en su aplicación. Esta faceta se materializa cuando, en forma de comentarios, opiniones o, lo que resulta más grave, anónimamente o por medio de fake news (falsas noticias), se utilizan en forma metódica y sistemática manifestaciones o descalificaciones personales o direccionadas a grupos previamente apuntados. Así, con su influencia pasan a jugar un rol fundamental en la determinación del curso de la historia, al viralizar infinidad de veces consignas sin matices en forma irresponsable, mediante lo que en la era tecnológica se denomina loop. En una explicación práctica, esto equivale a programar el sistema de computación como si se le dijera: “Repite esto una y mil veces hasta cumplir el objetivo deseado”, transformándose, cuando se usa para perjudicar, en un loop de ignorancia para ciertos usuarios consumidores de este tipo de penetración, que acota el pensamiento profundo. Algunos individuos hallan comodidad, refugio o una falsa seguridad con tendencia a aferrarse a ideas simplistas, en lugar de priorizar razonamientos lógicos, resultándoles sumamente incómodo el pensamiento crítico. En otros términos: no piensa, sino que lo piensan (saben las determinadas personas o el porcentual aproximado al cual podrán inducir, penetrando con ese pensamiento como intento de obtener una reacción a favor del objetivo perseguido).

En consecuencia, la narrativa vista de esta manera moldea cada hecho, mezcla parte de verdad con mentira y, en base a sucesos reales, va a sobredimensionarlos o minimizarlos según convenga. Aplicará eufemismos, suavizando el mensaje, afectando así la comprensión de la propia realidad, ya que no se condicen los dichos con lo fáctico, haciendo perder objetividad a su evaluación. Con esta mecánica, la mentira evoluciona en línea, sirviendo a la manipulación.

Resultan pocos los integrantes de la estructura social que terminan reconociendo su error o que reflexionan sobre lo desacertado de su oportuna aceptación simplista, aun habiendo tomado conciencia de que fueron utilizados como herramienta, cosificados en forma directa o indirecta por el otro para satisfacer sus propios fines. En definitiva, no reconocen (por vergüenza, orgullo o tozudez) que aquel plano discursivo tan simple y barato era solo ficción.

Esto empodera al propio poder armador del sistema, logrando así evitar o anular las críticas que permitan una alternativa a la solución de problemas. En otras palabras, se transforma en una dinámica donde las decisiones irracionales e incompetentes encuentran eco favorable en un amplio sector de la sociedad. Si a ello le sumamos la interacción de algunos otros medios de comunicación, donde sobreabundan noticias falsas, invisibilidad o minimización de graves problemas, el usuario solo accederá a contenidos que no harán más que reforzar sus ideas previas, reemplazándose sutilmente su pensamiento individual por un pensamiento grupal o colectivo, construido desde un determinado estamento o grupo de interés con informaciones falsas o incompletas diseñadas a favor de esos propios sectores, que cuentan obviamente con recursos necesarios para financiar esta maquinaria coordinada, aceitada y reiterativa. Para que se entienda, resultaría un sutil y mecanizado “lavado de cerebro”.

Naturalmente, las personas somos seres sociales dentro de un determinado entorno, el cual lo aceptará o no. Entonces, cuando utilizar la razón con independencia de pensamiento no encuadra en ciertos grupos, la tendencia será desalentar a ese individuo, imponerle una pena consistente en aislamiento, vigilancia, persecución, acoso, incluso llegar a su rechazo pleno.

A esta altura del análisis, considerando la relación existente con el presente tema y, a pesar de las épocas tan distantes una de la otra, me trasladaré casi a mediados del siglo XX y haré mención al escrito desarrollado por el teólogo protestante alemán Dietrich Bonhoeffer, redactado en 1943 desde su cautiverio en el campo de concentración nazi de Flossenbürg (Alemania), en un contexto donde las ideas del nazismo estaban en pleno ascenso social. No fue precisamente un libro, un tratado ni una teoría propiamente dicha, sino una reflexión en la cual el mencionado autor no se explicaba cómo, por aquellos años, gran parte de un pueblo tan culto adhería a una ideología que utilizaba métodos violentos y discriminatorios. Fue en tal contexto político-social cuando decidió escribir la denominada, a posteriori, “Teoría de la Estupidez”.

Sostuvo Bonhoeffer, en alusión a la estupidez, que se trata ni más ni menos de una renuncia moral al pensamiento crítico; en otras palabras, significaría ausencia de análisis a las narrativas simplistas ofrecidas para solucionar problemas complejos, que llevan a dejar de lado la razón y aceptar ciegamente las propuestas.

Infiero del anterior concepto que, en términos comunes, es el clásico “me venden y compro cualquier cosa” o “me dicen aquello que quiero escuchar y lo tomo como cierto”. En este estado de cosas, como se suele decir comúnmente, la persona no ve más allá de su propia nariz, porque se encargan de desviar el eje central del problema con una simplicidad propia de la sinrazón, alejada de la sensibilidad requerida para tratar ciertos temas y aún más distante de la lógica aplicable a tales asuntos. De esta forma, puede llegarse hasta el extremo de crearse “un líder”, un falso ídolo, alguien antes desconocido o poco conocido, con escasa o sin trayectoria en el campo que se trate, fabricado en el período justo. Este será quien tenga la solución al alcance de sus manos, sabiendo el momento y cómo utilizar el efecto propagandístico para introducir su plan. Suele tratarse de personas con rasgos psicopáticos, ya que estudios psicológicos han logrado determinar que, en general, los psicópatas tienden a establecer relaciones de poder y control sobre los demás. Por ello, un psicópata adaptado podría tener un alto cargo en la sociedad y ser un delincuente de “guante blanco”, utilizando la persuasión con carencia de autocrítica, percibiendo una imagen grandiosa de sí mismo y generando, ante las personas que no lo detectan a tiempo y resultan manipuladas, una aparente sensación de confianza. Incluso estos falsos profetas no dudarán, en casos desmesurados, en ejercer violencia contra quien o quienes se interpongan en su camino, considerando que podrían arruinar sus objetivos.

Este fenómeno, extendido a nivel mundial, favorece al poder imperante para consolidar su control. En relación a ello, refirió el autor (Bonhoeffer) respecto a quienes aceptan irreflexivamente a líderes que ejecutan medidas que, a largo plazo, causarán irremediablemente efectos devastadores —llámense económicos, políticos o sociales— que no son personas malvadas, sino estúpidas, siendo dueñas de una gran incapacidad para cuestionar narrativas dominantes, las cuales se contradicen con la propia realidad imperante. Así, minimizan o subestiman hechos graves o gravísimos cometidos por decisión de sus conductores o del entorno de estos.

Reiterando que este fenómeno puede darse a nivel mundial, sin circunscribirme a territorios o personas determinadas, es en base a ello que deviene conveniente e interesante destacar las diferencias existentes entre maldad y estupidez. Porque, mientras la primera queda expuesta, pudiendo ser en muchos casos prevenida o confrontada con argumentos o normas institucionales tomando experiencias anteriores, la segunda es inmune a la razón, porque los estúpidos ignoran. Y no resulta una ignorancia común, como aquella que puedo tener yo mismo o cualquier otro en un determinado tema, sino aquella por la cual ciertos individuos no perciben o descartan los hechos cuestionados, arguyendo su irrelevancia, aunque a la postre los alcancen a ellos mismos y los perjudiquen (el famoso dicho: “afilan el hacha del verdugo que los ejecutará”). De esta forma, el estúpido será utilizado por el malvado para lograr sus objetivos.

Así, la estupidez va in crescendo y será impermeable a la capacidad de corrección o de cambio para mejorar situaciones, de manera tal que ese conformismo robustece los comportamientos irracionales, muchas veces con consecuencias catastróficas. La estupidez es una condición esencial para la involución del ser humano, echando raíces aún más fuertes que la propia ignorancia, por apego a creencias incomprobables, rechazando de plano la confrontación por temor al intelecto del otro. En el mundo, ciertas estructuras de poder pueden utilizar esto como herramienta, reforzando este tipo de comportamientos, aceptando con los brazos abiertos a los obsecuentes y premiando su conformidad. Típico caso de una “ceguera colectiva” y, como mencionara oportunamente aquel autor, tratarán de mantener el poder frente a diferentes alternativas críticas a las imperantes, cargando en contra de aquellos con independencia de pensamiento.

La estupidez vista de esta manera no resulta un defecto congénito o intelectual; se observa que es fomentada principalmente por el efecto propagandístico junto a una oratoria hipnótica. Los mensajes subliminales —que, según la psicología, están por debajo del umbral de la conciencia y cuyos estímulos, al ser tan breves, resultan casi imperceptibles— influirán también en la conducta del individuo receptor, buscando así anularle el propio pensamiento para hacerle perder su autonomía crítica, convirtiendo a las personas en actores sin sentido, simples marionetas de un determinado armado de poder.

Cuando este fenómeno social y moral adopta una ideología basada en la violencia, resultará gravísimo, pasando a representar a la “estupidez colectiva en acción”. Ahora bien, volviendo a la teoría, no nos olvidemos del contexto y la especial circunstancia en que Bonhoeffer reflexiona sobre este punto (prisionero en un campo de concentración), pero si lo trasladamos a épocas contemporáneas y tomamos incluso la violencia no de hecho (física) sino simbólica como una herramienta de poder, notaremos que se ejerce a través de mensajes, imágenes y símbolos, muchas veces sutilmente expresados, otras no tanto, pretendiendo de esta forma que las relaciones de dominio-sumisión se acepten como naturales, denigrando o tratando de anular a aquel que las enfrente, pudiendo llegarse, en casos extremos, a la aniquilación. Tal es así que, durante aquel régimen y por orden del Director de la Oficina Central de Seguridad del Reich (Imperio), el autor de la teoría fue ejecutado en la horca el 9 de abril de 1945 en el campo donde se hallaba prisionero (Flossenbürg, en Alemania), dos semanas antes de que las tropas aliadas (Segunda Guerra Mundial) liberaran el lugar.

El quid de la cuestión radica en la internalización que el individuo hace de esas estructuras de pensamiento, y, basados en este esquema, el dominado se autoconvence de que debe ser sumiso porque ello le resulta natural. Vale aclarar que esto nada tiene que ver, por ejemplo, con el equilibrio existente en el derecho bifronte, donde debe existir respeto entre autoridad y sociedad, coexistiendo derechos y obligaciones recíprocas como lógica aceptada y natural para la sana convivencia. En lo analizado se traspasa este límite de manera tal que el individuo queda convencido de su ciega sumisión y valida a un líder o a una estructura dañosa, siendo obsecuente con él bajo cualquier circunstancia, justificando cualquier acto, pudiendo incluso sucumbir a la tentación, e incentivado por odio o violencia transmitida, podría ejecutar actos criminales que dañen a otros y, a la postre, a él mismo, que deberá responder ante la sociedad y la justicia, pagando las consecuencias, de las cuales posiblemente podrían quedar indemnes los propios malvados.

En las vivencias diarias, el hombre transita con vértigo los cambios producidos en el mundo y no termina de adaptarse. No es ajena a estos cambios la realidad tecnológica que, junto a otras variables, produce casi imperceptiblemente ciertos niveles de angustia, pudiendo dar origen a crisis haciendo caer sistemas de valores. Esta temática debe evitarse para encontrarle siempre un sentido correcto a la vida y no caer en un juego psicopático manejado por algunas personas que, usando las redes, tratan de perjudicar. Para ello resultará indispensable tener presente la autonomía de la voluntad como hecho subjetivo trascendental y escudo protector del poder de crítica.

En plena era de la tecnología digital, recordemos que la dignidad consiste, precisamente, en considerarse cada uno como un ente particular, sujeto único e irrepetible, con capacidad propia suficiente como para pensar y evaluar todo aquello que le resulte bueno o malo, conveniente o no, ético o contrario a la moral. En resumen, no considerar como naturales los hechos perjudiciales cayendo en el conformismo de la resignación, debiendo tomar de la tecnología digital e incluso de la experiencia de la propia vida todo aquello que resulte beneficioso y entender que fue el propio hombre quien creó los sistemas automatizados de proceso, generación y almacenamiento de información.

AUTOR DE LA NOTA: HUBER DANIEL DELAURO – D.N.I. 14.965.649 – PROCURADOR – ABOGADO – ESCRITOR – COMISARIO DE POLICÍA RETIRADO.

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