Somos un país porque no pudimos integrar una nación. Y somos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.
El 9 de diciembre de 1824 se libró el combate de Ayacucho, rincón de los muertos en lengua quechua, en el que se logró la independencia de España mientras comenzaba a imponerse, derrotando los pensamientos de San Martín y Bolívar, el modelo de la dependencia y la fragmentación de la patria grande, impulsada por Inglaterra con los cipayos de adentro.
Cambiamos de perro pero seguimos con el mismo collar. En esta batalla se sumaron las fuerzas patriotas compuestas por colombianos, peruanos y argentinos al mando del general Sucre. Y quien también lo acompaña es el intrépido general José M. Córdoba, que alzando su sombrero blanco en la punta de su espada, electriza a sus hombres lanzándose al combate con el grito ¡División! ¡De frente! ¡Armas a discreción y a paso de vencedores!
“Ayacucho no es el esfuerzo de un solo pueblo, es el esfuerzo de todos los pueblos meridionales del continente, no es el resultado de una lucha parcial, es el resultado de una lucha general, no es la victoria de un solo ejército, es la victoria de todos los ejércitos sudamericanos, no es el triunfo militar de un solo capitán, es el triunfo intelectual de todos los grandes capitanes desde Bolívar a San Martín, no es el campo de batalla de peruanos y españoles, es la última colisión de un porvenir contra otro porvenir, no es la batalla de una guerra, es la batalla decisiva de una lucha secular”.
Esto es un párrafo de un artículo publicado por Eugenio M. de Hostos, escritor y pedagogo quien lo publicó en 1870 en el Nacional. Como vemos, los revolucionarios latinoamericanos intentaron entonces llevar adelante el proyecto de la Confederación de la Patria Grande, pero en América Latina faltó a la cita una burguesía capaz de acaudiliar ese proceso como ocurrió en otros procesos revolucionarios, como por ejemplo la revolución francesa, norteamericana e inglesa y convertirse en un gran poder unificador.
En la inmadurez y en esa carencia de la revolución latinoamericana estaba sellada su condena, la ausencia de esa fuerza social capaz de dar contenido económico a la gesta militar de San Martín y Bolívar provocará el triunfo del bando de los comerciantes de los puertos, bien pronto aliada del capital e imperialismo inglés naciente.
Lo que pudo ser la victoria de la Patria Grande se convirtió en las 20 derrotas de las patrias chicas. El martirio de Tupac Amaru, despedazado, pasó a ser el símbolo de la América Latina descuartizada, conscientes de la necesidad de asumir como bandera fundamental la reconstrucción de la nación latinoamericana, intentada nuevamente por Néstor, Lula, Chávez, Correa, Fidel, Cristina y con la Unasur, el Alba, intento frustrado por la ola neoliberal actual hoy en crisis que solo se mantiene por golpe de estados, represión feroz y exclusión como en el Perú y exclusión como en Argentina.
Como siempre, desde el fondo mismo de la historia, la colisión entre los dos modelos El Ateneo Arturo Jauretche Manuel Ugarte dedica este recuerdo a la heroica victoria de Ayacucho con la firme convicción de la victoria definitiva de la patria grande, justa, libre y soberana.